Enrique San Francisco no
necesita presentación: su fama le precede. Al igual que no sorprende que
mientras hace el monólogo se tome una cerveza, tampoco lo hace el hecho de que
haya tenido que salir en silla de ruedas debido a una caída reciente; él es
así, y quien va a verle es porque le conoce bien. Ha sido una hora intensa y
sin pausa de pura sabiduría, aunque la duración ha sido más breve de lo esperado,
el cinismo e ironía concentrados de los que hace gala han hecho que valga la
pena. Es un personaje que tiene el gran privilegio de conseguir hacer reír con
su mera presencia, el abrir la boca es el punto final y la confirmación de lo
inevitable: no creo que nadie se lo quisiera encontrar en un funeral. Me ha mantenido
sonriendo hasta al final, cuando al salir con la silla de ruedas y apoyarme en
ella para hacerme la foto, me ha preguntado mientras me acariciaba el pelo si
quería una para mí para estar más cómodo.
Sin remedio.
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