viernes, 16 de marzo de 2007

Hannibal: el origen del mal


En Hunter se conoce su nombre, en El silencio de los corderos qué es, en Hannibal su naturaleza y en El dragón rojo su inicio. Con el origen es momento de saber el porqué.

Para entender el mal hay que retroceder hacía su origen, lo que se deja entrever por primera vez en el penúltimo libro acerca del pasado de Hannibal Lecter, se muestra ahora más claro que la nieve sobre la que muere. Sin más dilación, la trama se sitúa detrás de la máscara para hacer comprender el porqué de su naturaleza: el lado más animal y visceral desatado directamente de la parte más humana.


La película se desarrolla tomando como punto de partida Lituania en 1944, y presenta a un joven Hannibal cuya inocencia se ve destrozada fruto de la guerra, la muerte y el más atroz instinto de supervivencia. Los actos de los verdaderos monstruos desembocan involuntariamente en la peor consecuencia posible y la verdadera forma del mal se extiende del único modo como empieza: con venganza.


Para este cometido, el joven Gaspard Ulliel, interpreta al característico personaje en su edad más temprana. Se aprecia el riesgo de que, por primera vez después de Brian Cox, no sea Anthony Hopkins quien le ponga rostro a Lecter, hecho que casi obligatoria e inconscientemente lleva al actor a sobreactuar y a la película a cuarto lugar, solo por encima de Hunter. Si bien dada la cronología no es posible una breve aparición de la cara más conocida de Hannibal, permanece por motivos obvios durante toda la película. La magia en ese aspecto radica precisamente en que después de ver en movimiento a Ulliel, no parece una cara nueva. Su asimilación del papel da pie a reconocer al personaje ante su total ausencia, pero se hubiera agradecido una breve aparición de Hopkins para enlazar la saga y cerrar el círculo, así como bien acertada es la última escena de El dragón rojo, o el desenlace de la última novela de Thomas Harris, haciendo referencia a la instalación de la consulta en Baltimore. De hecho inicialmente el actor galés y conocido Sir iba a narrar los acontecimientos, hecho que al final no se produjo, al igual que el encuentro con Ulliel para un intercambio de impresiones, debido a problemas de agenda. El resto del reparto cumple gratamente, destacando sobre todo a Rhys Ifans, quien ejerce de absoluto némesis en la historia.

A pesar de que las siguientes características no parecen de una precuela, la trama se desenvuelve sobre ella misma con gran astucia a la hora de tratar los acontecimientos sin ataduras de ningún tipo, de hecho y por ello, se vuelve una película dirigida hacia auténticos seguidores del personaje, factor que incide en la percepción de la calidad de la misma. Este hecho se ve caracterizado principalmente porque ha sido el escritor y creador original, quien adapta y acaba de pincelar para el filme la historia ya conocida de antemano en el libro de Hannibal. Guiños tales como ponerse una máscara parecida a la que lo recluya de cualquier ataque en su reclusión y referencias en el tiempo como las escuchas de las variaciones de Goldberg que, posteriormente escucharía antes de su huida e interpretaría en su estado de hibernación, hacen de esta película un viaje en el tiempo de la mente del caníbal más conocido de la historia. La banda sonora ayuda de forma ambiental y sin destacar demasiado a cubrir esa puesta en escena.

A pesar de la connotación explícita que pueda sugerir la película, la crudeza e impacto radican más en el propio planteamiento de la misma. Lo que nunca se ha visto del buen doctor, dada su frialdad y ausencia de culpabilidad y sentimientos, toma forma más que nunca en una víctima sufrida, sentida y conducida al descontrol: un camino que desemboca en un no retorno en un punto de inflexión que obliga a una decisión tomada precipitada y visceralmente, que repercute sobre toda una vida en la que la total ausencia de perdón define toda una trayectoria.

Quid pro cuo.

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