Hoy hemos asistido en el teatro Condal a la renovada versión del clásico
de Mark Twain: El diario de Adán y Eva. Si bien podría tomarse como tragicomedia, no
está perfectamente contrastada solo en ese punto, pasando de la sencillez y lo
visual a la reflexión y exposición más compleja y profunda del sentimiento
humano. Conmueve ver a un actor como Fernando
Guillén Cuervo llorar a lágrima viva encima del escenario por la pérdida de
un ser querido, quizás incluso resultando injusto a la hora de valorar a Ana Milán, al no poder destacar más en
su interpretación dado su rol. La función alterna entre el Edén y una entrevista en la emisora de radio, siendo el invitado
quien se lleva toda la atención; en cualquier caso, se logra una completa
química difícil de conseguir. Es una historia sencilla pero no simple y triste
pero no trágica. Requiere de una gran atención para no perder un ápice de lo
expuesto, pero a su vez se logra transmitir con plenitud todo acerca del
sentimiento eternamente tratado en todo arte.
Lo amo simplemente
porque es mío.
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